La noche fría ilumina mis ojos abiertos en la oscuridad de la habitación, esperando que tus pasos subiendo la escalera rompan el silencio que me envuelve hoy, que me asusta. Este mismo silencio que me dejó tu partida, aún antes de que te vayas. Y el frío me desnuda el alma, en la oscuridad, en este misterio. Las sábanas me abrazan, con los puños cerrados, esperándote aun.
Y se que no vendrás, nunca mas.
Y no me conforma imaginarte y recordarte. La casa tiembla sin vos. Las hojas de los árboles no se quieren desprender, y mueren. Tus frutos ya no maduran, la tierra se vuelve árida y hasta tus cositas desparramadas por toda la casa, ya no me molestan. Los proyectos se desvanecieron, te los llevaste en alguno de tus cuadernos.
Y te olvidaste de mi.
No es tu culpa, ni de nadie. Solo pasa cuando tiene que pasar.
Me levanto de la cama que antes era chica, y ahora me es gigante. Bajo a tomar un poco de agua y las paredes me encierran. No se si sabrás cuanto es lo que te extraño y la falta inmensa que me haces. Yo me vuelvo loco en la desesperación de buscarte incansable, desesperado ante el dolor de no hallarte en ningún rincón de la casa. Me vuelvo loco de pensarte tanto e imaginarte sentado en el sillón, mirándonos, sin decir nada.
Si pudiera escucharte una sola vez mas...
No se si supiste cuanto te amaba, antes de irte. A veces no lo decía por descuido, por creer que sin hablar todo se entendía sobre este sentimiento que te tengo, aunque hoy ya no estés conmigo y que no sepa que hacer con tantas palabras que me he guardado.
Supongo que estés donde estés, es el mejor lugar que podrías haber encontrado en esta vida, o en alguna otra.
Acá te extraño, te sigo amando... y aunque la parte lógica de mi cerebro me habla, yo... aun te sigo esperando.
© Juan Manuel Ramos